1 de mayo de 2007

El Yunque de Gustavo Tabares



“El YUNQUE”
Gustavo Tabares
(instalación)

curaduría: Alfredo Torres

Inauguración: miércoles 9 de mayo de 2007, 19:30 hs.
Instituto Goethe

Del 9 de mayo al 1 de junio de 2007.
De lunes a viernes de 10:00 a 12:00 y de 15:00 a 20:00 hs.
Entrada libre

Instituto Goethe, Canelones 1524. Montevideo, Uruguay.

“El YUNQUE” - Gustavo Tabares

El paisaje como arqueología afectiva

El núcleo de este nuevo trabajo de Gustavo Tabares se encuentra en una serie de fotos que él tomase en una zona selvática de Puerto Rico, en concreto, un Parque Nacional llamado “El Yunque”. De allí, el nombre de la muestra. El creador viajó a la isla en dos ocasiones. Hasta hace poco tiempo vivía en ella su hija María. Este no es un dato menor. De partida, esas fotografías entrañan un valor adjunto, una inherencia afectiva. El paisaje registrado, queda claro, muestra marcadas diferencias con el nuestro. Esgrime una reveladora distancia. La que va del despojamiento, haciendo a un lado la intrincada excepción del monte criollo, a la exhuberancia vegetal. Del terreno apenas ondulado por serranías y cerros, a la decidida altura montañosa. Quien quiera detenerse en este aspecto, puede obtener una vía de acceso. El contraste, la lejanía, el exotismo del paisaje. Quizás es mejor decir, recurriendo a Foucoult, la mirada sobre un paisaje desde un pensamiento otro, a veces inasible para el pensamiento acostumbrado. Pero este acceso no es, en principio, el que más parece importar.
Conviene aclarar de entrada que resulta más fácil analizar esta exposición, este gesto a la vez artístico y afectivo, por lo que no es. Por ejemplo, Gustavo Tabares no es un fotógrafo en sentido estricto. Dentro del amplio repertorio disciplinario que maneja, la fotografía adquiere, en este caso, el rango de un elemento sintáctico más, ubicándose dentro de un ángulo muy abierto, premeditadamente abierto, dentro de una sumatoria de carácter aleatorio. Los diferentes componentes que conjuga la muestra no instauran vínculos axiomáticos, inmediatos. Pese a ello, de pronto, comienzan a generar un juego de nexos impensados, sutiles, redefinidos por la intuición sensible, por la reflexión o por el hecho casual, aun azaroso. Hay objetos emblemáticos, como una pelota de baseball, deporte nacional puertorriqueño. Como una pequeña ranita que es símbolo nacional. Hay caracoles, mapas, ticket de avión, chapitas, postales, todo un instrumental que actua de modo ambivalente. Por un lado, el objeto por sí mismo, como protagonista absorto. Por otro, participando de una orquestación coral, conjunto de voces inaudibles que pueblan el silencio, lo llenan de sonoridades visuales.
Por segunda vez, se impone puntualizar que el variado instrumental usado por Gustavo Tabares no aparece por razones explícitas, tradicionales. Las fotos, las postales, los pequeños objetos, no producen una puesta en escena sobre el souvenir, no son pruebas eficientes sobre el haber estado en cierto lugar. No es recolección que quiere propagar residencias transitorias. Porque no son sólo recuerdos, son evidencias que operan desde una estrategia completamente distinta. Si aceptan oficiar como recuerdos, no lo hacen para ser esgrimidos ante otros, ni siquiera ante el eventual contemplador. No buscan ese tipo de devolución. Fundan una arqueología de los afectos, accionando sobre el creador mismo, desembocando en una manifestación anti-taxonómica de esa arqueología. Se reciben desde una narración auto referencial y se amplifican por el desplazamiento hacia otros sucesos, hacia otras historias afectivas. Hechos y eventos que no exigen la mirada sobre el mismo paisaje, los mismos rescates evocativos. Tampoco piden la misma causalidad. Consienten miradas sobre multiplicados paisajes, sobre sedimentos de otras travesías, de otras circunstancias como recipientes de muy plurales memorias.
El modo narrativo tiene mucho de recolección desordenada, casi fracturada. De seguro porque la memoria es un ineficiente, tramposo restaurador. Se recuerda lo que se quiere recordar y cómo se quiere recordar. Es además, un cuerpo poli-facetado. Está el motivo que impone el viaje, hecho primordial. Pero están las cosas triviales, lo que en principio era hallazgo casi intrascendente y, transcurrido el tiempo, se carga de sentidos icónicos. Los pequeños y cotidianos monumentos, los utensilios, que, mediante una configuración a-científica, van moldeando la arqueología afectiva, el sistema sin método que hace posible el relevamiento intimista, la introspección trascendida por un guión construido mediante signos elusivos, rebotes contra las paredes demasiado estrictas de la memoria.
Por tercera vez, explicar lo que esta exhibición no es. Tampoco es diario de viaje, más allá de alguna libretita, memorando informal, con dibujos de su hija, datos relativos a la botánica y la zoología del lugar. Las anotaciones, sin embargo, no siguen un transcurso ordenado. No relatan los días uno tras otro. Deja las impresiones de esos días, los activadores de conmociones y amores, de alegrías y desasimientos. Y deja los bellos, importantes o banales sustratos residuales. Lo que se lleva en los rincones de una valija y tiene su reflejo especular en los rincones de otra parcela ubicua que se conviene en llamar alma.
El espectador suele estar acostumbrado a dogmas disciplinarios. Muchas veces, demanda las etiquetas rígidas. Esto es escultura, esto es pintura, aquello es instalación, objeto o fotografía. Una vez más y en ese sentido, esta no es una exhibición donde el modo narrativo sea cuestión sencilla. Apenas, puede hablarse de una estética recolectora. De ciertos ready-made vueltos recopilaciones un tanto enigmáticas, vislumbres bastante inciertos. Hay objetos, hay agrupamientos dentro de cajas y cajones, hay, gracias a los elementos sueltos, adheridos a las paredes, una fragancia ambientadora o instaladora. Lo esencial en esta exposición de asuntos personales, de pudorosa oferta afectiva, es la presencia de esos cajones, de los objetos que ellos capturan o de lo que ha logrado huir a su dominio. Los cajones, vale recordar a Bachelard, son receptáculos solidarios de la intimidad. Aquí, parecen liberar sus secretos. Pero, última vez, no es así. Siguen siendo imágenes de intimidad, como sostenía el pensador francés. Siguen cobijando lo que el ser humano, gran soñador de cerraduras, protege denodadamente: sus secretos. En este caso Gustavo Tabares, muestra y oculta, está a punto de compartir su fragilidad o su fuerza, y hace trampa, escapa por la vía de un sarcástico humor, de una ironía que pueda acorazar los secretos. De una belleza natural que puede querer hablar de otra belleza. Admite el acto de amor, pero no quiere someterlo a la disección pública. Da indicios, organiza una especie de rompecabezas, de puzzle. Quienes contemplen, quienes elijan participar deben aceptar esa mínima y habilísima hendidura del secreto. Por ella y gracias a una imaginación predispuesta, iniciar los constantes éxodos interiores. Dejarse descansar en el revelar compartido, o esforzarse en el secreto rigurosamente defendido.

Alfredo Torres