4 de mayo de 2005

Detrás del silencio (segunda parte)

Michael Harner es un antropólogo que ha construido su camino de estudios sobre el chamanismo inspirado principalmente en sus experiencias con los indios jíbaros de los Andes ecuatorianos (Shuar), y los conibos de la Amazonia peruana.

Fue director de antropología en la Academia de Ciencias de Nueva York, y profesor en Columbia, Yale y UC Berkeley.
Actualmente se dedica a la enseñanza de los principios básicos del conocimiento chamánico para su uso práctico en el mundo contemporáneo.
Basado en el hecho de que los chamanes utilizan el sonido del tambor para entrar en estados alterados de conciencia, ha estudiado los ritmos, los tempos y sus modos. Además de la ingesta de plantas visionarias, el chamán toca en su tambor un ritmo monótono que lo ayuda a sintonizarse con otra forma de percibir.
Desde la “Fundación para Estudios Chamánicos”, Harner distribuye grabaciones de tambores cuyos ritmos están pautados en unos 205 a 220 golpes por minuto, listos para ser usados en una sesión personal. Aparentemente este es el ritmo más indicado para propiciar un viaje.
Hace algunos años participé de la “Fiesta del Tambor” de los indios Huicholes de Méjico. Durante dos días corridos se escucharon los tambores de piel de venado, mientras el chamán huichol cantaba y realizaba curaciones alrededor del fuego. El ritmo era el mismo.
Como dijo Harner en una entrevista: “la práctica del chamanismo es un método, no una religión”.
El sonido repetitivo ayuda al chamán a entrar en otro estado y a mantenerlo en él. Los chamanes siberianos se refieren a sus ritmos como la “canoa” o el “caballo” que los lleva a otros mundos.
Este medio tan antiguo es la herramienta que el ser humano ha encontrado intuitivamente, a través de la experiencia, para inducir al cerebro a producir ondas cerebrales lentas, de entre 7 a 4 ciclos por segundo, o aún menos.
Hoy en día también contamos con las máquinas llamadas “Megabrain”, también conocidas como “sincronizador de ondas cerebrales”.
Se ha descubierto que cada estado mental como la tristeza, la alegría o el miedo, se asocia a una actividad eléctrica y química del cerebro que puede ser alterada mediante estímulos externos. El “Megabrain” es un aparato mecánico que dirige los estímulos como la luz y el sonido hacia áreas concretas del cerebro para producir estados mentales específicos.
En 1950 el neurólogo W. Gray Walter experimentó con focos de luz estroboscópica destellando a una frecuencia específica, para descubrir que no solo afectaba la zona del cerebro responsable de la visión, sino que alteraba los ritmos cerebrales.
A partir de los estudios de la incidencia del sonido y la luz sobre las ondas cerebrales y sus correspondientes cambios en los estados mentales, se elaboró la “Tabla de Lesh”.
Según esta tabla las ondas cerebrales se clasifican en cuatro grupos: Beta, Alfa, Theta y Delta.
Las ondas Beta originan un campo electromagnético con una frecuencia comprendida entre 13 y 28 Hz (vibraciones por segundo). Existen mientras estamos despiertos y se corresponden con la atención conciente, el miedo, la ansiedad, la inquietud.Las ondas Alfa tienen una frecuencia de 7,5 a 13 Hz. Se registran en momentos antes de dormirse y se asocian con la relajación, tranquilidad y optimismo.Las ondas Theta (Harner explica que la frecuencia del tamborileo repetitivo chamánico se corresponde con estas ondas) tienen una frecuencia desde 3,5 hasta 7,5 Hz. Se producen durante el sueño o meditación profunda y se asocian con sueños lúcidos, mayor capacidad de aprendizaje e inspiración creativa.Las ondas Delta tienen una frecuencia desde 0,2 hasta 3,5 Hz, y se correspondencon el sueño profundo y el trance hipnótico.
En 1956 Robert Monroe (pionero en el estudio de los viajes astrales) comenzó a estudiar el efecto del sonido para inducir estados alterados de conciencia, investigando como cambiar las ondas cerebrales con sonidos de frecuencias afines al cerebro humano, pero se encontró con el problema de que esos sonidos están en el rango de los no audibles. Al estar implicados los sonidos llamados “infrasónicos” (recordemos que son aquellos que están por debajo de la escala audible que podemos percibir los humanos, según mencionamos en la primera parte de este artículo), se complicaba su utilización. De todas formas dio pie en su búsqueda al biofísico Gerald Oster, quien descubrió que si en el oído derecho escuchamos un tono de 200 ciclos, por ejemplo, y en el izquierdo uno de 205 ciclos (un pequeño desfasaje), el cerebro se sintoniza rápidamente a una frecuencia de 5 ciclos (que corresponde a las ondas Theta logradas por los ritmos chamánicos).

Somos como las radios que fabricamos, recibiendo ondas constantemente y vibrando como el agua cuando una piedra cae en su superficie tranquila.
Radares líquidos que interceptan señales que viven en campos invisibles. Señales que se reflejan en el cerebro humano, complejo espejo.

Sonidos detrás del silencio.

Alejandro Aguerre