31 de diciembre de 2005

Gastón Gorga desde Londres

La Carcelera
GR Gorga

Entonces prefería observar su sombra: sus facciones
hinchadas eran la imagen de aquél exilio absurdo.
Soñaba sus muertes, recreadas, fascinantes, a veces
refinadas y siempre brutales: despierto o en sueños.
Sus ojos: yo comprendía su lenguaje. Un día me
hablaron, encendidos, entrando a la celda, ejecutando
un baile entre su andar agazapado:
-Es horrible entrar así, ver su sufrimiento, a la
merced de los mares y sus azares. Esta es mi tarea,
llevo mi carga con la mejor disposición posible.
(Sufrimiento idealizado-pensé-Si cree en su
sufrimiento, entonces existe, lo ha construído).

Alimentaba personalmente cada recluso, sin emitir
sonido alguno. Fijaba sus ojos intensos y azules en
una descarada pretensión de franqueza.
Su imagen rozagante y lenta paseaba una mirada
perdida entre los pabellones. Su pesado andar había
terminado por agotar los insultos.


Un lugar en el Océano
La cárcel estaba rodeada por algo que parecía el mar
o un océano. En los días de tormenta los mares
envolvían las galerías centrales. Nos resguardábamos
contra los muros de piedra....
Veíamos atravesar extraños animales marinos,
acariciando los murallones de la prisión. Algunas
noches inciertos animales de luz rodeaban las
galerías, y los observábamos en silencio, y quizás
ellos nos observaran a la vez. El sonido incansable
del mar parecía recargarse cada día

La Liberación
Simplemente había un gigantesco muelle, que jamás
habíamos visto, y que llegaba hasta la costa.
Atravesamos las rocas con cierta dificultad, como
olvidados por siempre de caminar libremente . La
carcelera nos guiaba, casi feliz.
Una vez en la costa, supimos que estábamos cerca de
nuestros hogares. F y X sonreían, absorbían el sol
seco como un milagro que atravesaba su piel.
Nos invitó a ir a su casa. Podría decirse que quería
alimentarnos por última vez. F y X se mostraron
inmediatamente tristes. Creo que eran tan inocentes
entonces que pensaron que era otra prolongación del
calvario, a mí me pareció una oportunidad única.

La Casa de la Carcelera
Unas angostas escaleras de madera oscura se elevaban
en un pronunciado corredor ascendente, un túnel
angosto y largo que parecía hacerse cada vez más
pequeño . Las paredes eran amarillentas, oscuras,
descascaradas.
Nos guiamos por un marco. Oculta, una puerta incierta
de un apartamento se entreabrió a nuestro paso. Un
hombre observó, recostado en la oscuridad Al final
del infinito corredor empinado , una puerta que la
mujer abre con lentitud. Entramos a lo que parecía un
altillo. Seguimos a la mujer hasta una pequeña
habitación

Aparece el hijo. Es flaco, extremadamente alto,
teniendo que encorvarse al atravesar las
habitaciones. Nos mira sin disimular su odio. Unas
ojeras y cierta palidez que contrastaba con su tenue
pero negra barba le da un aspecto enfermizo. Su madre
parece calmarlo. Se va, recriminando a su madre por su
conducta.